Siempre me ha gustado imaginarme las historias que albergan las casas, siempre me ha gustado preguntarme cómo es la vida de las personas que viven ahí, a qué se dedican, cómo usan su tiempo libre, qué les gusta, cómo es su familia, cuáles son sus deseos y sus miedos, cómo son sus relaciones, en qué trabajan, por qué momento de su vida estarán pasando, si tienen los mismos problemas que yo, si tienen los mismos sueños que yo… me encanta imaginarme su vida y crear un guion en mi cabeza, me encanta pensar sobre las historias que pueden contar las paredes de una casa o de cualquier otro lugar como un templo, un restaurante, una tienda, un café, tú dirás. Me encantan las historias de vida de las personas, su huella en el mundo.
Es así como cada fachada esconde la vida de alguien, así como cada muro guarda los secretos más herméticos y las alegrías más hermosas de sus integrantes, cada rincón cuenta las tristezas más profundas o las dichas más gozosas, cada sitio cuenta su historia y la historia de quienes lo habitan.
Estoy escribiéndote esta carta en el avión de Tokio a Houston, voy camino a casa después de un viaje largo a Japón con mi esposo, mi bebé y mis suegros, y déjame decirte que no sabía cuánto necesitaba este viaje hasta que pise las calles de Tokio. Sentí un alivio, un baño de energía nueva, una expansión en mi corazón y un pincelazo de creatividad a mi mente que ya tanto lo necesitaba y le hacía falta.
Para mí no hay nada mejor que “viajar”, sea al parque de la esquina, a otra ciudad o incluso a otro continente. Viajar y salir de tu zona de confort y rutina me llena el alma y renueva mi cuerpo de maneras inexplicables. Viajar es una aventura, es comprar un boleto a lo desconsido y declararte disponible a lo nuevo, y sobretodo, a la Vida. ¿Te pasa lo mismo?
Tengo 5 meses postparto y estos meses han sido los más difíciles de mi vida, y mira que he pasado por situaciones complejas y dolorosas, como mi divorcio después de una relación de 15 años, mi primer pérdida de embarazo de gemelitos a las 12 semanas, y yo tengo una gemela, por lo que fue muy simbólico y significativo para mí, esa pérdida que ahora llamo regalo de amor infinito me invitó a renacer, además fue en plena pandemia cuando vivía en Moscú. Mi segunda pérdida también a las 12 semanas cuando todo parecía marchar bien y creía que mi peor pesadilla jamás se repetiría, pues yo ya había “pagado” con una experiencia tan dolorosa para que no me volviera a pasar, hoy sé que esta segunda experiencia vino a sanar mi primer pérdida y todo lo que no pude ver, hacer y sentir la primera vez, esta vez la transite acompañada y sostenida por mi familia, y la Vida me recordó que no se trata de “pagar” nada sino de sanar todo, de abrir el corazón y permitir que el Universo te sostenga y te muestre el camino.
Creo que cada quien vive lo que tiene que vivir, y que sí, la Vida no te da lo que quieres sino lo que necesitas, hasta que llega un día en que te das cuenta que lo que “necesitas” es aquello que te llevará a un estado de mayor conciencia, paz y libertad.
El alma pide nuestra evolución y evolucionar no es gratis, evolucionar te va a costar tu vida anterior, quién crees que eres, lo que crees que tienes que hacer y ser, lo que crees que tienes y te pertenece. Pero a cambio de devuelve todo, tu verdad.
Claro que el proceso cuesta, duele, te estira, te reta, hasta llegas a dudar de ti, de lo que haces y por qué, para qué y para quién lo haces. Creo que la vida te estira para que te cuestiones y encuentres lo que en verdad es tuyo y para ti, para que sueltes todo lo que no es y te pesa, para que tomes lo nuevo y creativo y digas adiós a lo que ahora y esclaviza en patrones y comportamientos que no te dejan brillar tu luz ni expresar tu esencia.
Y justo cuando llegas al fondo, cuando crees que ya no hay salida, cuando piensas que ya no sabes nada, cuando sientes que ya no puedes más, cuando crees “romperte”, es cuando llegas a la luz y surge tu propia medicina. Es justo en esos momentos cuando te “entregas” y ya no buscas controlar ni cambiar nada que pasa lo inexplicable, “ves” lo que antes no veías y entonces comienza la alquimia y la magia.
A veces tienes que perderlo “todo” para quedarte con “nada” de lo que realmente no importa y que puedas apreciar y ver lo que sí vale y sí cuenta, lo que sí eres y sí tienes, lo que vales y eres. Ahí comienza TU historia, la que eliges escribir con tu puño y letra.
Creo que en la vida no hay atajos como bien dice mi hermano menor, y entonces cuando crees “romperte”, te liberas; renaces.
Es como aquella frase que un día leí que decía “pensé que me estaban enterrando, cuando en verdad me estaban sembrando” y yo diría, “cuando en verdad estaba floreciendo”. FloreSer es un verbo que require de mucho coraje, valentía, confianza y amor propio, y lo que muchas veces se nos olvida y es clave, suavidad hacia una misma. El ingrediente esencial para trascender cualquier dificultad y traducirla a regalo, a milagro.
El regalo que solo tú puedes darte cuando aprendes a ver de verdad y la verdad, cuando surge un amor hacia ti misma, hacia tu historia, hacia tu camino. El regalo de la gratitud de lo que has vivido y lo mucho que te ha enseñado y hecho crecer, madurar.
Y es que crecer duele, madurar cuesta tu vida anterior y tu “libertad” anterior, pues quiero que sepas que hay diferentes tipos de libertad y ahora la entiendo estando al cuidado de una bebé de 5 meses, pero entre más crezco y maduro, más entiendo que sin disciplina no hay libertad alguna, pues no construyes nada. Y para que la gratitud florezca, la suavidad y la disciplina son una combinación perfecta para hacer germinar sus frutos.
Y todo esto para contarte que ayer, en el último día de viaje en una calle perdida en Osaka, en un vecindario gigante lleno de cientos y cientos de restaurantitos pequeños, acabamos cenando en uno muy pero muy peculiar. Y por eso me surgió esta idea “fachadas vemos, historias no sabemos”.
Son justo las historias las que son medicina, las que nutren, las que sanan, las que inspiran, las que dan sentido a la vida. y por eso te quiero compartir la historia de Mihara.
Te platico, estábamos cansados, habíamos desayunado a las 10:00 am y ya eran las 7:00 pm y no habíamos comido, el hambre hasta ruido hacía en nuestros estómagos, llevábamos todo el día caminando perdiéndonos entre calles y descubriendo la ciudad y los pies empezaban a doler. Era ese momento exacto en el que o paras y comes algo o estallas y el mal humor te gana la batalla.
Mi esposo propuso una hamburguesa para quitarnos el hambre y que mal humor no se intensificara. Yo le dije que era el último día y aunque ya estábamos cansados y hambrientos valía la pena buscar algo más típico y auténtico. Renegando un poco, se puso a buscar en Google maps opciones de restaurantes y encontró un restaurante de teppanyaki llamado “Mihara”, los Google reviews lo tenían muy bien calificado, dudamos por un segundo en quedarnos en otro que estaba en la esquina con tal de decirle adiós al hambre y hola al buen humor y descanso. Hasta ya había pedido una mesa, el chef me dijo que me esperara, tardó 10 minutos y le dije a mi esposo que no me latía y que Mihara llamaba mi atención, “es ahí”, le dije.
Seguí mi corazonada y le dije a mi esposo que se adelantara y fuera a ver si había lugar pues a esa hora generalmente todo está lleno, regreso a decirnos que se veía bien y que solo habían dos mesas y que una era para nosotros.
Llegué al lugar, una puerta pequeña de madera color oscura y desgastada por los años resguardaba la entrada, tenía un cristal con el nombre “Mihara” grabado, me pregunté a mí misma que significado tendría.
Entramos al restaurantito diminuto, no más de 8-10 asientos y 2 pintorescas mesas de teppanyaki, una decoración modesta, un estilo antiguo, una pequeña vitrina de madera con copas empolvadas, una cocina muy reducida en la esquina al fondo, unas paredes color hueso y unas sillas de madera con piel negra y curtida por los años hacían de este restaurante un lugar especial y muy acogedor, pero lo que más me llamó la atención fueron 3 grandes fotos de Nueva York colgadas en la pared de enfrente y en la de atrás, estaban las torres gemelas en ellas, pensé sorprendida “¿cuántos años tendrán esas fotos?”.
Me causó ilusión ver esa fotos y se me hizo muy curioso encontrarlas en ese restaurante en particular pues mi esposo y yo vivimos año y medio en Nueva York y en febrero nos mudamos a la playa. Nueva York ocupa un gran gran lugar en mi corazón, en otra carta espero contarles lo que significa para mí y como me sanó el alma y me devolvió la alegría y creatividad, no te olvides de suscribirte para poder recibirla recién salida del horno.
Seguimos, le pregunté al chef que por qué tenía esas fotos de Nueva York como decoración y para nuestra sorpresa, el chef y dueño del lugar, nos contó que del año 72 al 78 había vivido en Queens y por eso las fotos, un lindo y gran recuerdo de sus años en Nueya York.
A su regreso, abrió su restaurante y le puso de nombre su propio nombre “Mihara”, nos contó que lleva 46 años con atendiéndolo y que su hijo y cuñada trabajan con él. Mihara era más que un negocio familiar, era un miembro de la familia, un integrante por el cual ver y cuidar, atender y escuchar, apapachar para que crezca y florezca. Se sentía el amor por lo que hacían, el gusto por lo que creaban juntos.
Imagínate hacer “lo mismo” (aunque nunca es lo mismo) todos los días por 46 años, eso sí que es amor, entrega y dedicación.
Que te puedo decir, Mihara tenía una gran destreza en sus manos, movía sus dedos como si estuvieran bailando, acariciaba la comida, la preparaba como si estuviera escribiendo poesía, su pasión desbordaba, se podía respirar su gusto por lo que hacía y el placer que sentía cuando probábamos cada bocado y terminábamos con un “mmmm, wooooow”. Él solo nos miraba y sonreía con placer, él sabía que estábamos disfrutando no solo la comida sino de la experiencia que él había creado para nosotros.
Y sí, fue una experiencia única comer en “Mihara”, que Mihara nos atendiera con tanto placer y entrega, que el lugar fuera una muestra de pasión por lo que haces, y que la comida nos supiera a gloria.
Sin duda fue una de esas experiencias que te regala la vida cuando sigues esa vocecita de tu corazón y realmente te escuchas, algo auténtico en un lugar auténtico con una persona maravillosamente auténtica. Un lugar con alma.
No solo disfrutamos de nuestra cena, sino disfrutamos de la plática, del espacio, de las historias que contaban esos muros y esas fotos, de la historia de “Mihara”, de nuestros caminos que se habían cruzado sin planearlo, y que por escuchar una corazonada abrí una puerta a un universo nuevo, el de Mihara.
Y así como vemos fachadas y no sabemos qué hay en el interior de un lugar, las historias siempre desbordan cuando nos damos permiso y tiempo para escucharlas y compartirlas. Una historia puede cambiarte el viaje, el día o tu vida.
Mihara y su restaurante son un gran ejemplo de lo que significa hacer las cosas con amor y por amor, con alma. Pues cuando haces las cosas bañadas de ti y tu esencia, la experiencia y lo que das cambia, se amplifica, mueves algo en ti y en los demás.
Al salir y despedirnos de Mihara, me di cuenta que junto a la puerta había una foto enmarcada de cuando Mihara inauguró su restaurante, él se notaba feliz y gozoso, y con esa misma sonrisa radiante fue con la que nos dio la bienvenida y se despidió de nosotros.
A todo esto para decirte que no se trata del qué, sino del cómo, que la intención y desde dónde haces las cosas tiene un impacto más allá de lo que puedes imaginar.
Todos tenemos una historia que contar, Mihara nos contó la suya y nos conmovió e inspiró, y sabes, cuando cuentas tu historia le das significado y sentido a tu vida. Le das el lugar que merece y que te mereces.
Y es que las historias nutren el alma, el corazón y la mente, y en este caso también el cuerpo. Los lugares y sus habitantes tienen siempre historias que contar.
Y yo te pregunto, ¿qué historia de vida quieres contar, y sobretodo, que historia de vida quieres contarte?
¿De qué se trata el libro de tu vida? ¿Te gusta?
Y si no te gusta, te tengo buenas noticias, tú eres la autora y protagonista, date la oportunidad de preguntarte qué vida quieres y cómo te gustaría vivirla, pues se empieza así, y si puedes soñarlo y visualizarlo es porque puedes lograrlo.
¿Qué quieres realmente? Date permiso de desear, de soñar y sobretodo de cambiar y tomar decisiones coherentes con tu verdad.
Sostén la visión de lo que deseas, toca puertas, entra a universos nuevos, y un día a la vez ve escribiendo tu historia, la historia de tu vida.
No quieras saberlo todo hoy, no quieras tenerlo todo hoy, no esperes a estar lista o a que todo sea “perfecto”, pues no existe el momento perfecto, y sabes una cosa, ya estás lista. Este es la señal para darte el sí que tanto anhelas y has esperado.
Como decía una maestra entrañable de mi preparatoria, “queridas alumnas, el no ya lo tienen, ustedes vayan siempre por el sí”, y yo agregaría “el sí a la Vida, el sí a tu vida”.
Por muchas historias que descubrir detrás de las fachadas que vemos.
Por muchas historias que escuchar y por cientos de miles que contar y compartir.
Si te gustó esta carta compártela a quien creas le pueda servir, mi deseo es que esta historia le llegue a muchos corazones que estoy segura tienen una historia que contar.



Con amor,
Mariana
Te leo 👁️! Gracias por llegar hasta aquí, honro lo que te trajo aquí, honro tu historia. Comparte esta carta y nos vemos en la siguiente. Te abrazo muy fuerte❤️.
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Ufff, mi casa, mi historia, la aceptación de "mi" verdad...
Nos pones a reflexionar sobre nosotros mismos.
Gracias.