Sí, era un domingo por la tarde, el mar estaba cálido y el agua cristalina, se veía la arena blanca en el fondo.
Casi no había gente, la playa parecía ser solo para mí, un regalo de esos que te da el Universo cuando sabes decirte sí, cuando sabes darte permiso para disfrutar.
Recuerdo como las olas tronaban como besos en la orilla y una dulce brisa envolvía mi cuerpo.
El agua salada le bailaba al viento, las nubes formaban figuras místicas en el cielo, unas blancas y otras azuladas. Todas hermosas.
Los rayos del Sol calentaban mi cara, mis ojos reflejaban su luz.
Era como si todo era un dar y un recibir, un ciclo armonioso entre cada elemento del paisaje que me rodeaba, incluso yo me sentía parte esencial de esta danza.
Y es que la Naturaleza así funciona, un equilibrio perfecto, un ir y venir, un tomar y soltar, una inhalación y exhalación.
Estaba sola, disfrutando, admirando. Mi esposo cuidaba de mi bebé, era el primer día que me iba por unos minutos a la playa sin ella.
Por semanas no supe lo que este nuevo “estar sola” significaba y lo mucho que lo necesitaba. Creo que en las transiciones grandes de la vida a veces puedes perderte, perderte a ti misma.
Entre lo nuevo y lo que ya no es ni será, toca rediseñar lo que hay y lo que uno quiere, toca dar sentido a lo vivido y propósito a lo que el corazón anhela.
Toca estar en la incomodidad de lo que todavía no se conoce y de lo que uno quiere dar forma.
Toca, en definitiva, soltar el control, amigarte con tus miedos y escoger al corazón. Toca ser valiente en lo que se crea la visión y desaparece lo que fue.
Y está bien, todo es un proceso, la clave está en no olvidarte, mientras caminas de un lado a otro, de crecer tus raíces y también tus alas, volver a tu centro, sentirte.
Llevaba tiempo sin sentirme, sin escucharme, sin saber ni si quiera lo que necesitaba o deseaba. Y es que cuando das tanto todo el tiempo tarde o temprano te secas por dentro.
Escuché el sabio consejo de algunas mujeres madres que me dijeron que necesitaba darme un tiempo para mí, un tiempo a solas, pues la entrada a la maternidad no es fácil, es intensa.
Decidí escucharlo, o más bien escucharme, y es que si no estoy bien y llena por dentro, no tengo nada que ofrecer ni dar a mi hija y mucho menos a mí misma.
Me di cuenta que ahora soy fuente de vida y amor, de alimento y afecto para un ser tan pequeño y especial. Fuente, que potente, que regalo y que responsabilidad.
“Nutrir mi fuente”, me susurró mi alma entre la arena.
El “agua” me llamó, caminé hacia las olas y me metí al mar, pisada tras pisada el agua me recibía y me invitaba a relajarme en ella, era como si me sostuviera y me abrazara, sentía como me limpiaba de esas emociones y pensamientos que no te suman nada, sino más bien te drenan, te limitan y te llenan de miedo.
Mientras me bañaba, entre las olas vi una sirena.
Era una sirena preciosa, con una cola azul turquesa que brillaba con el sol, su cabello largo, sedoso y dorado se movía con las olas. De piel blanca y labios rosados, una belleza indescriptible. Nadaba libre y liviana, con elegancia y soltura. Cada movimiento emanaba gozo de su ser, ella disfrutaba, ella era ella, natural, auténtica, espontánea.
Sé que tú mente te dice “es imposible”, pero hoy sé que que no la vi con mis ojos físicos, la vieron los ojos de mi alma.
Y es que esa “sirena” era el símbolo que mi ser necesitaba para recordar mi evolución y transformación. Ahora soy madre, mujer madre, y me estoy redescubriendo y reconociendo un día a la vez.
Ese día entre las olas, a solas, una tarde de domingo, una sirena me recordó regresar a mi centro, conectar con mi magia, liviandad y espontaneidad. Me recordó disfrutar del momento presente, nadar con la vida, sentir la vida.
Y es verdad, mi lugar seguro y nutricio es el mar, es aquí donde encuentro las respuestas que mi mente no comprende ni imagina, es aquí donde mi cuerpo encuentra alivio y calma, es aquí donde mi corazón se expande y vuelve a soñar.
En el mar me encontré con la sirena, y es que solo ahí podía verla pues el mar limpia lo que el espíritu necesita renovar.
La Naturaleza sana, contiene, sostiene, nutre y recarga, siempre y cuando tú te acerques a ella, la recibas y te des permiso de estar, o más bien, yo diría de ser.
Y es que así funciona la magia de la vida, a veces ves sirenas, y a veces basta la sonrisa de mi hija para volver a estar presente.
Así que por lo que sea que estés pasando hoy, respira, inhala profundo y exhala suave y lento, que sirenas hay siempre, solo requieres mirar a tu alrededor para poder verlas, o más bien, dejar que te encuentren.
El secreto es reconectar contigo, con tu corazón, recuerda que eres fuente. “Nutre tu fuente.”
Si estás bien tú, estarán bien los que amas, pues sentirán tu esencia y se contagiarán de ella.
Así que te pregunto,
¿Qué puedes ver más allá de tus ojos?
¿Qué necesitas darte hoy para poder sentirte de verdad?
¿Qué te hace reconectar contigo y te nutre el alma?
¿Qué necesitas hacer para recargar tu cuerpo, calmar tu mente y avivar tu corazón?
¿Qué mensajes traen para ti las sirenas de tu vida?
Con amor,
Mariana
PS: Gracias por llegar hasta aquí, me encanta que estés aquí.
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