De niña grande a Mujer Salvaje (parte 1)
Existe un camino que mujeres valientes han recorrido por milenios para tomar su poder y encontrarse con su verdad.
Sí, existe un camino que transitar, un camino ancestral, milenario, mujeres de todas las razas, de todas las culturas, estatus social, religiones, identidades, países, lo han recorrido, es el camino de niña grande a mujer salvaje.
Es un camino que te va a costar tu vida actual pues tendrás que enterrar a varias versiones pasadas de ti, honrar su vida y su muerte, honrar tu historia, bañarla de amor y gratitud, sobarla con compasión, lamer tus heridas, sanarte tú a ti misma y renacer, hasta que un día puedas decirte desde y con el alma “gracias, gracias a todas las versiones que fui pues hoy sé quién soy y qué quiero, hoy tengo voz, hoy tomo mi poder en mis manos, por ustedes y por mí ”.
Pues solo así, en un caminar íntimo, profundo, liberador y revelador, es que creas espacio y tierra fértil para lo que quiere nacer de tus entrañas, y esta vez de manera consciente, con todo tu ser, mente-cuerpo-corazón alineados para parir tu esencia una y otra vez, porque vida y muerte no son opuestos, son tan solo una transformación, energía que toma diferente forma e impulso, pero en el fondo tiene un mismo propósito tu evolución, darte a tú luz a ti misma, dar a luz a la verdad que te habita, única e irrepetible. Así la mujer salvaje se da a luz a sí misma, valiente y decidida.
Y es que este camino del que te hablo, convertirte de niña grande a mujer salvaje es un rito de paso, es un antes y un después en tu vida, pero créeme vale la pena, sino pregúntale a todas aquellas mujeres que siendo brutalmente valientes se han atrevido a dar muerte a lo que ya no las nutría por dentro para poder dar así vida a lo que las prende desde dentro.
Y no te equivoques, en este caminar no todos te comprenden ni mucho menos te aplauden, diría que muchos se resisten cuando ven a una mujer decidida, una mujer que brilla desde dentro porque ha tomado su poder y su fuerza, es una mujer salvaje. Pero no temas, es normal, mientras te seas leal a ti misma y a la verdad que te habita, la Vida te entregará todo lo que necesites para recorrer tu camino. Recuerda que todo cambio trae consigo resistencias, y la fuerza de esa resistencia es proporcional al tesoro que el cambio puede ofrendarte cuando te comprometes contigo misma, así que avanza, camina. Te lo debes a ti misma, ¡va por y para ti!
Te explico, la gente “dormida” teme a las mujeres salvajes pues no comprenden su pasión por vivir y por amar, la gente “dormida” enterró ya hace años sus deseos y se acostumbró a lo qué hay y a lo que les dan, la gente “dormida” teme el fuego que arde en los ojos de mujeres vulnerables que no tienen miedo a ser sí mismas, y lo temen porque no lo conocen en sí mismos.
Pero una mujer salvaje no teme lo que no conoce, pues su intuición e instinto son sus brújulas inequívocas, sabe que en lo desconocido está la magia de lo nuevo, que atravesar lo incierto y trascender lo incómodo no puede sino expandir su mundo y su horizonte hacia más posibilidades, más grandeza, más belleza, más abundancia, más gozo, y mucha más dicha. Una mujer salvaje confía en esa voz interior que la guía pues ha aprendido a discernir entre ego y alma, entre miedo y evolución.
Por esto y más, ellas recorren este camino del cual poco se habla, si es que a veces se conoce, pues caminarlo implica transformarte. Y cuando te transformas a veces eres exiliada, pero solo porque no te comprenden, pero tú ya no necesitas aprobación ajena, pues estás hambrienta de vivirte completa, a su tiempo todo llega y los que viven desde el corazón se encuentran.
Y es que o te entregas a tu transformación y eres valiente o te consumen los “hubieras” y el miedo, sabes, si no te adueñas de tu vida, te marchitas, y lo peor es que no te das cuenta, hasta que un día abres los ojos y te das cuenta que estás en el “hoyo”, un hoyo profundo, oscuro, frío y sin vida, un hoyo que tú has cavado con tus propias manos quizás durante años.
Cómo duele darte cuenta, sí, así me pasó a mí, un día fue tanto mi dolor que por fin puede darme cuenta del tamaño y profundidad del hoyo en el que me encontraba, y sabes qué pasa, me autoengañaba, me contaba historias que eran falsas para poder sobrevivir para poder mantener el “cuento de hadas” y todo lo que la sociedad quiere que sea “verdad” aunque tú estés muerta por dentro, y que buena era para lograrlo.
Hoy no me culpo ni me castigo por lo que pude hacer con lo que sabía y podía, no puedo y no quiero, pues mi nivel de conciencia era otro. En ese entonces no podía ver, no quería ver, pues ver la verdad se sentía morir. Pero yo no sabía que “tenía que morir” para entonces vivir, yo jamás había escuchado del camino de niña a grande a mujer salvaje, yo pensaba que lo que había era lo que tenía, y no solo eso sino que me sentía mal cuando me daba permiso de pensar en cambiarlo, cambiarme.
Pero nadie te dice que querer cambiar algo no es quejarte y ser mal agradecida, es honrarte y honrar tu vida, el cambio no lastima a nadie cuando es para tu evolución, cuando está alineado a tu verdad y a tu sentir. Lo que lastima es no querer cambiar y quedarte atrapada en el mismo lugar por miedo a salir. Pensaba que cambiar de opinión era traicionar a quien amaba, cuando en verdad me traicionaba a mí y a quién amaba por no ser sincera con lo que siento y pienso.
La verdad no lastima, lo que lastima es lo que no es verdad y te aferras, pues es imposible, y el corazón lo sabe y el cuerpo lo siente, pero la mente se empeña en creer lo que no es. Por eso hay que caminar el camino, y no es que haya “un camino”, no es que esté escrito, el camino es único y es propio, el camino se crea al andar, la clave es saber que existe y que transitarlo te transforma.
Verás, este camino te invita a dejar morir, y morir no es algo malo ni es solamente enterrar tus huesos cuando tu corazón deje de latir y tus pulmones se vacíen de aire, sino más bien significa dejar morir aquello que te lastima, que te encadena, que te ata a historias, relaciones, situaciones, y lugares, que tú al ponerte ahí has cedido tu poder, silenciado tu voz, aceptado lo que no quieres, y enterrado tus sueños y tus deseos con tal de pertenecer, de ser aceptada, reconocida, validada, amada. ¿Te parece familiar?
Y es que la niña busca eso, y busca aprobación, busca ser salvada y rescatada, la niña cree que no puede sola, la niña necesita del otro para sobrevivir y para valer. Y así era yo una niña que hacía de todo para pertenecer, y mientras tanto me apagaba por dentro, me desconectaba de mí y de mi cuerpo, de mi sentir. Sabía complacer y agradar, sonreír era una herramienta que nunca fallaba. Pero de todo lo que sabía, no sabía escucharme, no sabía quién era ni qué quería.
A mí nadie me dijo que la niña debe convertirse en mujer, y no solo mujer sino mujer salvaje, nadie me explico el camino ancestral que millones de mujeres han recorrido para encontrarse con ellas mismas, con su voz, con su poder, con su fuerza. Desconocía que lo que sentía, que mi dolor, confusión, tristeza y enojo, no eran solo míos sino de todas aquellas mujeres que por no saber que su destino es ser mujer salvaje se quedan siendo niñas en cuerpos de mujer, y sabes, ese camino está lleno de sufrimiento pues no vives TU historia, eres simplemente el personaje en la historia de alguien más.
Convertirte en mujer salvaje es primero una decisión, sabes que no hay vuelta atrás, no sabes cómo será el camino exactamente, pero estás segura de tu destino, madurar, tomar tu voz y tu poder, tu lugar en la vida. Sabes y tienes la certeza de que existe otra forma de vivir, y estás dispuesta a descubrirlo por y para ti.
Y es que una mujer salvaje aprende tanto de su camino, se ha caído y levantado, se ha desesperado, se ha confundido, a veces se ha quedado sola, pero nada la detiene, sabe que todo es temporal y que todo le está enseñando a ser mujer, a hacer arte de su vida y con su vida, el dolor no la amarga, el dolor le ofrece una posibilidad para sanarse y conocerse. Y cada vez el dolor duele menos y el gozo crece más, pues a cada paso es más sabia, más entera, más sí misma.
Sabes, una mujer salvaje es una mujer llena de vida, una mujer que sabe lo que quiere y va por ello, no pide permiso. Es una mujer conectada consigo misma, con su cuerpo, con su deseo, con su sentir, y sobretodo, con su verdad. Una mujer salvaje es nutrición para ella misma y para quién la rodea, es como una fuente que emana compasión, contención, creatividad, fuerza, y determinación. Sabe quién es y sabe qué quiere, no duda, y si tiene miedo lo convierte en impulso para dar pasos más firmes y más fuertes porque se sabe creadora de su realidad, de lo bello y de lo que duele, y si duele, sabe que hay un aprendizaje por integrar, una herida por sanar, un amor por descubrir, y es que ante todo sabe, que ella es el gran amor de su vida, y que no puede dar lo que no se da primero a sí misma.
Este camino es un proceso o más bien yo diría un viaje iniciático, a veces incómodo y lleno de retos, y a la vez lleno de regalos y de mucha sabiduría por hacer tuya. Es el desafío más grande de tú vida y de mi vida, pero el más necesario pues es pasar de ser lo que “crees debes de ser” a ser tu esencia más pura y salvaje, y no, no vale la pena, sino vale toda la alegría.
Con amor,
Tu hermana y compañera de camino,
Mariana
El destino eres tú, atrévete a adueñarte de tu destino, Mujer Salvaje, deja que el amor y tu verdad más verdad te guíen.
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