Me costó volver, me costó decirme sí.
Lo intenté mil veces pero “algo” me frenaba.
Quería hacer lo de antes sin ser la de antes.
Me perdí, “¿quién soy ahora?”.
Temblé de miedo.
Cambió todo y no sabía cómo acomodarlo, mucho menos cómo acomodarme.
Me olvidé de mí, de mi voz interior, de lo que necesitaba y sentía mi corazón.
Me llené de voces ajenas, me desconecté de mí.
Silencié los susurros de mi corazón y el miedo tomó mi mente.
Quise escapar pero mi cuerpo no podía correr.
Quise llorar pero mis ojos no encontraban lágrimas.
Quise expresar lo que sentía pero no habían palabras.
Quise muchas cosas cuando no súper estar “aquí y ahora”. Nadie me había enseñado, nadie me había explicado.
Iba y venía, entre el mañana y el ayer, pero el presente “no estaba”, se me escurría.
Y por intentar hacerlo bien, se me olvidó que lo que importa es sentir, reconectar.
Me costó, me dolió, me tomó por sorpresa.
Jamás me imaginé que parir era volver a nacer, una nueva Mariana, mujer y madre.
Pause, respire, pedí apoyo.
Encontré oídos suaves y palabras tiernas.
Encontré mujeres sabias que ya habían recorrido el camino, me mostraron “un mapa”.
Poco a poco mi cuerpo sanaba, recuperaba su fuerza y su energía.
Volví a sentir mi corazón, volví a escuchar la voz de mi alma, dulce y compasiva.
Regresé a mí, a mi centro. Y lo sigo haciendo.
Hoy hace sentido lo que ayer no comprendía.
Y es que la maternidad te transforma, es una transición total a una nueva forma de ser y estar.
Un ser pide tu entrega total y completa, y la nueva vida te cuesta la vieja.
A veces necesitas “romperte” para crear más espacio, para soltar lo que ya no sirve ni es, para poder recibir lo que la Vida dichosamente desea entregarte.
A veces falta esa pausa sagrada para poder “ver” el milagro que tienes enfrente y poder recibirlo con brazos abiertos.
Así salté al vacío de lo desconocido para encontrarme de nuevo un día a la vez.
Uniendo mis piezas y armando el rompecabezas de mi existencia, una pieza a la vez.
Subí el volumen a la voz de mi alma, recordé el camino, el camino del corazón.
Y es que ante tanta luz también hay oscuridad.
Y la verdad es que “dar vida, quita vida”. Porque en este mundo todo es dual y solo el amor nivela la balanza y salda las cuentas.
Lo que ya no soy y ya no me pertenece sí o sí tiene que “morir”, de lo contrario freno mi renacer y el gozo de lo que sí es y sí hay.
Duele, y duele mucho, perder el “rumbo” para empezar a diseñar uno nuevo, pero ahí está la aventura y el regalo de la Vida.
Por siempre 2, mi hija y yo.
Al principio no entendía por qué tanto movimiento, por qué tanto dolor y no solo del cuerpo sino también en el corazón.
Y es que convertirme en madre es enterrar al arquetipo de doncella, ya no “pido” ahora “doy”.
Soy la “fuente” de amor y cobijo, el alimento y el hogar de mi pequeña bebé.
Cuatro meses después me paro firme sobre mis dos pies, qué viaje, qué camino, qué intenso, ¡qué metamorfosis!
Me costó sangre, literalmente, que ofrenda más grande y sagrada.
Y mi alma siempre supo, mi cuerpo siempre pudo, mi corazón siempre me sostuvo.
Pues cuando la sangre se convierte en leche, ya no existe nada imposible para el amor de una madre.
Ahora entiendo, la alquimia la hago yo, mi cuerpo y mi alma.
No tengo palabras, lo que tengo es amor.
Un amor salvaje y dulce, un amor que crece y se expande.
Me costó volver, pero aquí estoy, más fuerte y más yo, más viva que ayer.
Ahora sé con fe y certeza que en este nuevo camino la única brújula es mi intuición.
Pues mi mente me enreda, angustia, y confunde cuando vive del miedo, me separa de la verdad
“Conecta, regresa a tu centro, siente lo que hay dentro”, me repite mi alma.
Gracias cuerpo por todo lo que pásate y por todo lo que haces para mi bebé y para mí, te amo y te admiro.
Y si tú también eres madre, quiero que sepas que te veo, te honro, te admiro y te respeto, pues ser madre es un verbo siempre vivo y siempre en acción.
Ser madre es amar, ahora lo sé, ahora lo soy.
Con amor,
Mariana
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Qué hermoso texto!!!